10 años que inicié mi camino migratorio. Salí de la ciudad de donde creí jamás irme. El corazón agitado y el cuerpo dispuesto.
Lo mío fue por amor... pero de tintura romanticona, poco...
Migré de preferencias.
Migré de amigos, de tamaños, de calles.
Cambié una bicicleta por tres medios de transportes.
Mucha adrenalina, desconocida.
Migrar implica por lo menos endurecer la piel.
Migrar,
en un principio te deja desnuda de ser. La necesidad es urgente: dejar
los bolsos, los recuerdos, sacudirte la nostalgia, olvidar querencias.
Ya no un DNI.
Migrar te da herramientas, pero hay que tomarlas: ojos nuevos, alma permeable, manos disponibles, amores prontos.
Fue difícil, pero pude, puedo, reinventarme.
Un clavado a mi archivero, 10 años de burocracias. Formas migratorias, pasaportes varios.
No todo es horror en el migrar, aunque siempre hay dolor por lo que se
deja, aún en las situaciones en que migrar implique un aumento en el
bienestar. Es importante sacudirse la nostalgia - me digo y repito-
cuando el cielo no se ve tan azul como lo recuerdo. No hay necesidad de
indagar tanto en la memoria agigantada...
Cuando imagino volver a moverme de la tierra, pienso: sólo lo haría
hacia mi lugar de origen o me quedaría, definitivamente, en esta ciudad.
Y mi decisión, o esa disposición a priori está teñida del color del
esfuerzo que hice por adaptarme.
Cierta vez escuché a una escritora de la frontera, decir que ella no era
mitad estadounidense y mitad mexicana... ella era 100% de ambas cosas, y
adopté para siempre esa definición. Sin dudas es mucho más
enriquecedora, me hace dueña de mi bagaje, lo uso a disposición e
imagino que no lo cargo...
Pero esa elección implica una disposición del alma, de algún modo de estar ligera (vacía?) en el momento de la reapropiación...
Al fin y al cabo, si elegiste la partida, no es tan grave, me convenzo,
qué más nos define si no tantos discursos como emprendamos? Soy la que
quiero ser.
A priori, pensamos que permanecer quietas es una ventaja o una necesidad
del bien vivir. Asumimos que los hijos deben ir siempre a la misma
escuela, con los mismos compañeros, el barrio ha de ser el mismo, las
calles, las fachadas que den soporte a nuestra memoria (firme?)...
Cuando mi hijo cumplió 9 años, había asistido a 7 escuelas, por
distintos motivos yo había tenido que cambiarlo. La culpa que sentía era
enorrrrme. Pero un día vi algo que me cambió esa certeza de estarme
equivocando:
Tomy se sentó al lado de un niño, y le dijo: "querés ser mi amigo?". Y sin más, comenzaron una relación de amistad.
Tomy no tiene mayor inconveniente para establecer nuevos lazos, es
desapegado y mira con buenos ojos lo que vendrá, y disfruta mucho del
hoy.
Cuánto hay de obligatorio y mítico en la idea nostalgiosa de la necesidad de echar más raíces que alas?
Me lo pregunto, cuando me veo empujada a sacudir la nostalgia....
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